domingo, 25 de enero de 2009

EL ARTISTA DEL ALAMBRE

El sol ciega ilusiones de medianoche rodeadas de media verdad entre barras de bar. Promesas de un viejo cuentista derretidas bajo los abrasadores rayos de luz. Transeunte de una ciudad maltratada por los años, acompañado de una vieja guitarra superviviente de tiempos mejores. Los bolsillos del pantalón repletos de nada, la chaqueta raída y demasiada ancha, zapatos de suela desgastadas de tanto caminar y agujeros por donde huye la esperanza.

La calle Mayor su escenario, la indiferencia de los pasos al caminar su público. Comienza una canción mientras mira al infinito. Acordes a cambio de alguna moneda. Manos encalladas desfilando entre cuerdas de nylon y un sorbito de vino para acallar el rugir de tripas. Recuerdos de noches encima de un escenario diferente, de otras ciudades, de personas que pagaban para verle cantar.

Y se imagina de nuevo, tocando la misma melodía que ahora, en el teatro Real. La gente cantando su canción, aplausos de miles de manos a la vez, los focos centrados en él, las fiestas después de la actuación. Recortes de prensa, la televisión, el trovador de una nueva generación.
El olor de mujeres que desnudaba, los abrazos de sus amigos, risas en el bakstage, autógrafos ...

Y al levantarse una mañana descubrió que sus canciones ya no se escuchaban, no se radiaban en la emisora de moda. Sus discos se dejaron de vender y ya no llenaba teatros. El dinero disminuiba al mismo ritmo que sus amigos y su última mujer le abandono justo el día que perdió su último millón. Y sin querer números rojos en el banco, en la amistad, en el amor, en la discográfica.

Ahora, a mitad de actuación, le caen lágrimas mientras susurra una nueva canción y las monedas caen lentamente al vaso de plástico.

Cuando termine buscará el abrazo de saldo, los besos de alquiler. Para qué volver a la pensión si nadie le espera, si no va a encontrar el calor que necesita. Comprar de nuevo el amor de media hora, comprar las mentiras que necesita escuchar en labios desconocidos. Después pasear por la ciudad, por el puerto,e imaginar que va en uno de esos barcos que ve zarpar y soñar con escapar hacia algún lugar inventado, de viaje hacia ninguna parte.

Recorre nuevamente los bares que ya son su casa. Y entre tragos sentirse glorioso contando batallas que nadie creerá, aunque enseñe la cicatrices que la vida le dejó. Pequeño artista, siempre en el alambre, a punto de resurgir, a punto de caer. Aguantando las risas de quien no entiende, las habladurías de gente sin corazón. Hablar sólo y prometerse que mañana será diferente, que alguien vendrá a buscarle.

De noche en su habitación sin ventanas, entre cartones de vino y cucharas, olvidarse de quien fue y de quién es. Escribir trazos en un papel, inventarse nuevos acordes para la próxima actuación, conseguir de nuevo esa canción que toque el corazón para volver a esos años.

Dormir sin sueños y despertar para empezar un día más, otro día igual. Volver a ser el trovador de contenedor gritando en la misma calle de siempre mientras la indiferencia es el único espectador.

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