viernes, 16 de enero de 2009

TE ODIO

Estas son las últimas letras que te escribo, las últimas palabras que traten sobre tí, porque para mí has dejado de existir. Nunca te he visto ni escuchado, ni tan siquiera te he sentido a mi alrededor. Todos me dicen que existes, que tu bondad es infinita y que tu amor es el más grande. Pero ya no lo creo. No puedo creerte.

Tenía, hace mucho tiempo, una madre maravillosa. Me gustaba sentarme en su regazo a leer un cuento mientras ella me acariciaba el pelo. Desprendía un olor tan dulce. Con ella aprendí tantas cosas, muchas más que en ese estúpido colegio donde sólo era objeto de castigos y gritos. El lugar donde enseñaban por repetición aunque no hubieras entendido nada. Mamá, sin embargo, me explicaba las cosas con juegos, con palabras fáciles y contestaba a todas mis preguntas.

Me ilusionaba con las excursiones. Montar en coche y viajar lejos, muy lejos de la ciudad. A veces íbamos a algún parque de atracciones, al monte, otras a ver animales. Yo siempre quería ver dinosaurios pero nunca los encontraba y mamá me decía que llevaban durmiendo muchos años. Y yo reía porque sabía que no existían pero quería verme feliz.

Veíamos juntos los dibujos, pintábamos retratos de toda la familia, júgabamos en el parque y alguna vez me reñía porque era un poco diablo. Pero reía tanto. Reíamos tanto.

Y entonces tú decidiste que era el momento para llevártela contigo. Tenías tanta envidia de cómo nos quería que quisiste arrebatarnos nuestro mayor tesoro. Y le mandaste aquella maldita enfermedad para que poco a poco fuera perdiendo la sonrisa. Pero te equivocaste porque nunca dejó de sonreir. Nunca dejó de querernos, de abrazarnos.

Entró y salió tantas veces del hospital que no consigo recordar el número. Yo me quedaba entonces en casa de algún tío, o de mis abuelos, y el corazón se me hacía pequeñito al pensar que no volvería a verla. Me angustiaba esa idea y los nervios se apoderaban de mi cuerpo. Me ponía triste y no tenía ganas de jugar. Sólo quería volver a verla y que acabase la pesadilla. Pensaba que todo era un mal sueño y al despertar volvería a verla trastear en la cocina.

Pero una de las veces que entró ya no salió. Dos días antes estuve en su habitación. Me dijo que fuera bueno, que hiciese caso a papá y que me tenía que llevar bien con el tato. Que estaba muy guapo y estaba orgullosa de mí. Entonces entendí todo. ¿Te vas a morir, mamá?. Sí. La habitación fue haciéndose cada vez más y más pequeña hasta faltarme el aire. Quise llorar pero no puede derramar ni una lágrima. Quise gritar que no, pero no articulé palabra. Agarré su mano y le miré a la cara. Me pareció la mujer más hermosa del mundo. No veía los tubos que la rodeaban, ni su tez excesivamente blanca, ni el cansancio de su mirada. Guardé la imagen de los buenos días, donde sus ojos eran los faros que me guiaban y su cuerpo desprendía luz. Siempre pensé que era un ángel.

No fuí al velatorio, ni al entierro. Y comencé a odiarte.

Y te odio porque mis días se volvieron grises. Te haces a la idea lo que supone, por ejemplo, en el colegio, mientras los niños son recogidos por su madre lo que sentía yo. Siempre venía algún tío, alguna tía, los abuelos, pero no ella. Nunca más vendría, por tu culpa.

No sólo quede huerfano de madre. Quedé huerfano de sus besos, de sus caricias, de sus palabras, de sus gestos. Me quedaban tantas cosas que hacer con ella. Ahora no podrá conocer a mi novia, ni acunar a mi hijo, su nieto, ni podrá verme ganar al judo, ni podré cuidarla cuando envejezca como ella me cuido a mí porque no me has dado tiempo.

Todo el mundo se volcó conmigo e intentó hacerme sonreir. Lo agradezco pero yo quería a mi mamá. De un plumazo dejé de tener casa propia y tener muchas más. Siempre durmiendo aquí y allá, siempre comiendo aquí y allá.

Ya nada fue igual. Las excursiones no fueron igual, los juegos tampoco, los reyes magos, menos. En las comidas siempre había una silla vacía. Yo miraba en esa dirección y la imaginaba sentada, riéndo y charlando. Entonces, sin querer, yo también sonreía.

Con el tiempo me contaron que echaron sus cenizas al mar. Me alegré porque siempre le encantó el mar y le maravillaba aquella ciudad. De vez en cuando me paso por allí a sentarme junto al rompeolas y charlo con ella. Le cuento mis cosas y ella me responde con el oleaje.

De niño, cuando todo esto ocurrió, soñaba en construir una nave que surcara los cielos para arrebatarte lo que una vez me quitaste. Ahora me sumerjo en las frías aguas del cantábrico y vuelvo a notar su olor, su tacto, sus abrazos y eso nunca me lo podrás robar.

A día de hoy todavía tengo la esperanza de verla aparecer, entre las aguas, y quedarse a vivir entre nosotros. A día de hoy todavía sueño con ella.


2 comentarios:

  1. Si que lloraste, ¡seguro! Pero te marchaste a todo correr de la habitación para que ella no lo viera, porque te había pedido que fueras fuerte.
    Y en tu cabecita no comprendías que los fuertes también lloran cuando sufren. Y no querías que nadie te viera llorar.

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  2. ...
    te dejo una cancion.. que dice mas que mil palabras.. y que es lo que se sintio.. para mi al menos..

    http://es.youtube.com/watch?v=qcQ3iegpZTc

    fijate en la letra si puedes...
    solo eso.. pasaba y he vuelto a leer.. y... nose.. por eso la he puesto...
    solo pasaba..
    cuidate
    Diana

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